miércoles, 6 de julio de 2011

La era napoleónica




La caída de Robespierre, el fin de la política jacobina de terror y la vuelta al poder de la alta burguesía no tranquilizaron, ni mucho menos, a las naciones europeas. Por el contrario, las monarquías absolutas seguían viendo en Francia un peligro mortal, ya que era una República y pretendía extender por todo el continente los ideales revolucionarios. De esta forma, el enfrentamiento del pueblo francés contra toda Europa continuó.
Sin embargo, en el desarrollo de la guerra se había producido un cambio fundamental, pues si bien al principio Francia había luchado a la defensiva, a partir de 1796 contraatacó a fondo, ocupando varios Estados europeos, en los que, una vez derrocados sus reyes, estableció repúblicas al estilo del régimen francés. En este cambio estratégico tuvo mucho que ver un joven general llamado Napoleón Bonaparte (1769-1821), que, gracias a ello, se convirtió en una de las figuras más populares de Francia. Hombre extraordinariamente ambicioso, su gran oportunidad iba a presentarse bien pronto. En noviembre de 1799 corrió por París el rumor de una conjuración jacobina. Bonaparte, al frente de sus tropas, se presentó en la capital y con el pretexto de restablecer el orden público terminó con el régimen del Directorio, tomando el poder, que comenzó a ejercer dictatorial mente.

 La facilidad del golpe de Estado y el establecimiento de un gobierno personal se explican porque Napoleón contó desde el primer momento con el apoyo del ejército, de la alta burguesía y de los pequeños campesinos. Los soldados le seguían porque se trataba de un general victorioso y con prestigio; los burgueses le apoyaban con el convencimiento de que sólo un
líder militar podría dar estabilidad a Francia después de las convulsiones re
volucionarias; en cuanto a los campesinos, hartos ya de casi diez años de guerra, veían en Bonaparte al hombre que podría terminar con el conflicto.
Con tales apoyos, Napoleón en poco tiempo hizo de Francia la nación más poderosa de Europa. Estados y monarquías cayeron bajo las armas francesas, dando paso a regímenes políticos satélites de París.
 Amparado en su prestigio y sabedor de la adoración que la mayor parte del pueblo francés sentía hacia él, Napoleón fue acaparando paulatinamente poderes, siendo elegido primer cónsul en 1800 y cónsul vitalicio en 1802, para culminar su espectacular ascenso en 1804 al hacerse proclamar emperador. Su coronación tuvo lugar de manos del papa Pío VII, venido a París expresamente a tal fin.
      Durante algún tiempo, políticos e historiadores vieron en la figura de Bonaparte al hombre que había traicionado los ideales de la Revolución Francesa al establecer una dictadura y hacerse coronar. Sin· embargo, hoy parece claro que, lejos de esto, el régimen napoleónico debe ser visto como la consolidación de los principios revolucionarios de 1789, en cuanto tales principios eran fundamentalmente burgueses. Así pues, Napoleón significó el afianzamiento de las conquistas fundamentales de la Revolución.
A través de la publicación del Código Civil (1804), que se convirtió en modelo de otros códigos europeos, se fijó definitivamente la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, se garantizó y defendió la propiedad privada, se reguló y protegió la institución familiar y, en conjunto, se recogieron todos aquellos principios por los que la burguesía había venido luchando a lo largo de los últimos años. Igualmente, el régimen napoleónico, en respuesta a la preocupación burguesa por la enseñanza y la educación, reformó todo el sistema educativo francés, dando una especial importancia a la universidad. También en este terreno Francia sirvió de modelo a otros países europeos, y así, todavía hoy, una buena parte de las universidades de Europa mantienen la estructura de que las dotó Bonaparte. Con tales éxitos y reformas, el gobierno napoleónico parecía que iba a dar a la nueva sociedad francesa un largo período de estabilidad. Sin embargo, no fue así.

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